Thursday, September 27, 2007

Caudillos Cívicos de Tamaulipas

Los caudillos cívicos, pasado y presente…


José Ángel Solorio Martínez


1.0

Los caudillos cívicos tamaulipecos[1] tras largos años de batallas en las calles y en los tribunales –entonces en manos del gobierno- pusieron en marcha a partir de 1972 la alternancia política en la entidad. Este relevante cambio en las mecánicas de gobierno se ha circunscrito al nivel municipal. Los esfuerzos de esos actores sociopolíticos han sido infructuosos cuando han intentado desplazar al PRI del gobierno estatal.
¿Quiénes son y porqué emergieron los caudillos cívicos tamaulipecos?
¿Por qué sólo han disputado con éxito el poder municipal?
¿Se puede explicar, la incapacidad de esos liderazgos políticos para obtener espacios de poder más allá de las regiones de donde son oriundos?

1.1


La era de los caudillos cívicos la inauguró el tampiqueño Fernando Sampedro. Enfadado porque el gobernador de Tamaulipas, Manuel A. Ravizé no lo hizo candidato a la alcaldía del Puerto optó por rebelarse. Negoció con el Partido Popular Socialista (PPS) y bajo el color de los solferinos contendió para la presidencia municipal.[2] La coyuntura nacional y estatal le favorecieron: Ravizé no era bien visto por algunos factores como el Presidente Luís Echeverría y el líder obrero Joaquín Hernández Galicia y los ricos del puerto habían fracturado sus preferencias entre el PRI y el PPS. El Pichi –así se le conocía- ganó de calle y ganó el título de primer alcalde venido de un partido de oposición. La cerrazón del PRI, la inconformidad de los factores locales y la incidencia no menor de algunas corrientes nacionales habían iniciado el éxodo de algunos de sus militantes para dar paso a la emergencia de los caudillos cívicos.
Los caudillos cívicos son entidades políticas sui generis. Para cualquier estudioso de la sociología política sería complicado encontrar un marco de referencia para abordarlos como objeto de estudio. Ni la teoría de las elites, ni la de grupos de poder y de presión que manejan los sociólogos estadunidenses, ni la teoría de los grupos de interés y de presión que utilizan los franceses[3], parecen ser útiles para desentrañar la naturaleza de estos liderazgos microrregionales. Acaso la herramienta más funcional para aclarar el fenómeno sea la conceptualización de liderazgo y del carisma que ha expuesto Max Weber.[4] El sociólogo alemán considera el carisma como una forma de dominación y la describe como una gracia que poseen hombres excepcionales o especiales.
Estos personajes tamaulipecos son todos ellos, líderes con un carisma arrasador. Han disputado el poder con ese instrumento de arrastre social desde diferentes partidos políticos; es decir, su presencia e influencia sociales va más allá de la estructura formal y real de los partidos políticos. Esta circunstancia los ha convertido en liderazgos verticales, la mayoría de los casos, unipersonales. Por lo general carecen de pruritos ideológicos; son pragmáticos: lo mismo se acercan a la sombra del PAN, del PRD, del PT, o de cualquier organización política. Les importa el fin, no los medios.[5]
Otra peculiaridad –con cierta reserva podríamos decir, tendencia– de los caudillos cívicos en Tamaulipas es que crean estructuras políticas nucleares, cerradas. En otras palabras: sus operadores más cercanos –hablamos de la política que se ejerce desde la autoridad no en las campañas políticas– son sus familiares. Esta actitud de desencuentro entre los caudillos cívicos y los partidos es recurrente.
En la administración pública estos actores políticos no han actuado diferente de los alcaldes que han salido del PRI, partido al que en las campañas políticas han jurado combatir. En algunos casos han superado los vicios de los representantes del PRI. Porque si algo ha significado a las administraciones municipales de origen opositor ha sido el manejo patrimonialista del erario de los ayuntamientos.


1.2


Las enseñanzas de Sampedro, pronto llegaron al otro extremo del estado. En Nuevo Laredo, el abogado Carlos Enrique Cantú Rosas rompió con el PRI, su partido de origen, y se puso al frente del Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM).[6] En las elecciones federales de 1972 ganó la diputación federal con las siglas de ese partido. Luego en 1974, pidiendo licencia al cargo de legislador decidió competir por la alcaldía. Contra un candidato del PRI debilitado –Francisco Javier Cortés Delgado- por que la CTM le había regateado su apoyo Cantú Rosas no tuvo problema para llegar a la Presidencia municipal.[7] Y menos, cuando dos de las empresas de comunicación más importantes –la de Ruperto Villarreal y la de la editora Ninfa Deándar- le proporcionaron su mayor soporte.
El 1975 Cantú Rosas tomó protesta como alcalde de Nuevo Laredo, bajo grandes expectativas. La gente pensaba que había llegado el cambio; que los viejos vicios del PRI habían sido superados. Pero no. El alcalde parmista gobernó como los peores priístas: entregó el Ayuntamiento a sus aliados y se sentó a administrar la ciudad sin la menor preocupación de los problemas de la sociedad nuevolaredense.
A diferencia de Sampedro que nunca renunció al PRI, Cantú Rosas se lanzó a los brazos del PARM para nunca regresar al partido que le había cerrado las oportunidades de hacer carrera política. Fue incapaz de crear alianzas con dirigentes políticos de otras microrregiones. Su dominio y su accionar, con todo y que operó como dirigente nacional de su partido, se circunscribió a Nuevo Laredo en donde su carisma se fue evaporando como toda energía social que se encapsula en su terruño.

1.3


Jorge Cárdenas González ha sido uno de los caudillos cívicos más sólidos de Tamaulipas. Con el impulso de su carisma, el apoyo de su hermano el gobernador Enrique Cárdenas González y de las contradicciones del PRI logró ser dos veces alcalde de Matamoros y una ocasión diputado federal bajo las siglas de complejas coaliciones y del PARM. Potenció su poder con sus cualidades de caudillo, incorporando a su proyecto político su poderosa radiodifusora[8], las de su hermano en Ciudad Victoria y la vigorosa presencia del Ejecutivo Estatal.
Nunca negó su desprecio por los partidos políticos a cuyos dirigentes siempre trató como sus empleados. Cuando los representantes de las siglas opositoras que le sirvieron para participar en las contiendas electorales osaban reclamarle respeto o posiciones para sus representados, cambiaba de aliados y de partidos.
En su primera incursión en la política se alió incluso con el Partido Comunista Mexicano[9], organización a la cual desechó de inmediato para proseguir su carrera política con diferentes coaligados. Igual ocurrió con el Partido Socialista de los Trabajadores en posterior contienda.
La emergencia tan impresionantemente estruendosa de los caudillos cívicos, sólo puede explicarse por las debilidades estructurales de las instituciones políticas –entre ellas el escenario de antidemocracia e imposición tan común en nuestro sistema político–, que como explica Weber son caldo de cultivo para los liderazgos carismáticos. Con partidos políticos opositores que operaron como sectas mendicantes, con escasa influencia social, sin estructuras dirigentes de prestigio y con estrecha experiencia en la puja electoral el caudillo cívico se presenta como una necesidad para las masas que esperan al personaje ataviado con poderes mágicos o especiales para resolver sus problemas más apremiantes.
En ese paisaje tan amigable nació y se reprodujo el caudillo Jorge Cárdenas González. Fue partícipe, organizador y convocante de las movilizaciones de masas más importantes en la frontera tamaulipeca. Su carisma, sus medios electrónicos e impresos –hizo circular un periódico el cual denominó El Cambio que fue su lema de campaña–[10], y el gobernador del estado esculpieron a uno de los más importantes caudillos cívicos tamaulipecos. Aún hoy no existe ni partido ni institución que pueda convocar a los casi 15 mil extasiados matamorenses que Jorge Cárdenas reunía a su conjuro a finales de los años setenta en su natal Matamoros.
En el ejercicio del poder municipal actuó como todo un caudillo. Se alejó de los partidos políticos que lo llevaron al poder y negoció con los gobernadores priistas que le tocó tratar como alcalde. Sus hijos y su yerno fueron los proveedores más beneficiados del Ayuntamiento.[11] Gobernó como cualquier alcalde emanado del PRI al que tanto criticó en sus discursos.
En su municipio era imbatible electoralmente. Pero cuando quiso ser gobernador del estado, enfrentó sus propias limitaciones. La estructura institucional evidenció las debilidades de su especial –como dijera Weber– liderazgo. Sus campañas por el gobierno de Tamaulipas apenas tuvieron eco en su parcela de poder –Matamoros, Tamaulipas-. Nunca comprendió que la entidad tiene otras dinámicas en la disputa por el poder; nunca entendió, que los caudillos cívicos tamaulipecos tienen enormes barreras sociológicas, que los han arrinconado en sus propios feudos.

1.4

El candidato del PRI a la gubernatura de Tamaulipas, Manuel Cavazos Lerma en 1992 erosionó el carisma de Jorge Cárdenas y lo puso en su real dimensión. Cavazos Lerma llegó a la entidad con todo el, soporte del neoliberalismo y su principal promotor, Carlos Salinas. Cárdenas no dimensionó la fuerza a la cual enfrentaba. Pensó que la contienda sería igual que las luchas electorales en su terruño. Tamaulipas no era Matamoros; ni las debilidades estructurales de la localidad se habían reproducido en el estado. (Al menos hasta ese momento).
El salinismo no era una fuerza gelatinosa; venía de una larga marcha de la cual su éxito dependía del arrasamiento de las viejas estructuras políticas en la región. Y parte de esas añejas redes de autoridad eran las que representaban múltiples factores de poder fronterizos. Entre ellos, los dirigentes sindicales de la institucional CTM.
En cierta forma, el caudillo Cárdenas González también representaba un obstáculo para el proyecto modernizador. Ni el Presidente Salinas ni las fuerzas productivas permitirían el arribo a la gubernatura de Tamaulipas a un personaje con las características y peculiaridades del popular caudillo. La idea y el horno neoliberal no estaban para bollos.
En la contienda contra el candidato Cavazos, Cárdenas González se vio empequeñecido, achicado. Su propuesta política, fuera de su feudo, parecía desconectada de la realidad política y social de Tamaulipas. El arrastre ciudadano mostrado en su natal Matamoros se evaporó cuando intentó ensancharlo hacia otras latitudes.
Sus mensajes sonaron ajenos para el resto de la entidad. Con unos grandes bigotes como su más acabada propaganda electoral, -cuando Cavazos ofertaba una retórica verosímil y bastante articulada-[12], sin el soporte de sus medios electrónicos más allá de su ciudad sede y con un tímido soporte del grupo político jefaturado por su hermano el ex gobernador del estado Enrique Cárdenas, apenas logró inquietar al candidato del PRI y de la creciente ola neoliberal.
El 5 de febrero de 1993, Cavazos Lerma tomó protesta como gobernador. Enterró así los sueños del primer caudillo cívico tamaulipeco de llegar a la gubernatura del estado.

1.5

Manuel Cavazos Lerma no tuvo problemas para liquidar al primer caudillo cívico que enfrentó a las instituciones en la disputa por la administración estatal. Con un Presidente sólido, que había superado su grande déficit de ilegitimidad, un PRI tamaulipeco que no presentaba fisuras visibles, y Comités de Solidaridad supliendo las debilidades de los dirigentes obreros en retirada, se movía en un escenario amigable para su proyecto y para su partido.
Pero a nivel municipal la situación no era la misma. En los municipios diversas fuerzas competían por ocupar los amplios espacios dejados por los dirigentes obreros desplazados. Es decir, factores de diversa índole veían jubilosos las posibilidades que los paisajes sociopolíticos ofrecían para quienes osaran disputar los grandes huecos de autoridad dejados por el corporativismo en desbandada. Los representantes de las burocracias obreras andaban a salta de mata, huyendo o de la Secretaría de Hacienda que los quería como contribuyentes cautivos o escondiéndose de la PGR que aspiraba a llevarlos a prisión por diversos motivos.
Esos factores de poder emergentes se lanzaron al ruedo viendo la fragilidad estructural de la red política en los municipios. Si a nivel estatal el PRI aún operaba con eficiencia y era capaz de procesar las contradicciones internas sin mayores problemas, en el plano municipal el desequilibrio estructural era evidente ante las deficiencias de los PRI locales y los gigantescos hoyos dejados por la burocracia sindical en repliegue.
De nueva cuenta la fragilidad estructural aparecía en los años 90, así como había aflorado en los años 70. De esa forma y bajo esos impulsos nacieron los liderazgos de los caudillos cívicos prohijados por los desequilibrios del neoliberalismo.
Emergió con fuerza inusitada Juan Antonio Guajardo Anzaldúa en Río Bravo y en Ciudad Gustavo Cárdenas Gutiérrez. Con diferentes razones y motivaciones ambos se lanzaron a la lucha electoral con su mayor virtud: su arrebatador carisma. Los dos, alimentaron su carisma con diversas fuentes de poder. Guajardo Anzaldúa se arropó en los grupos salinistas y Gustavo en el poder de su influyente familia y la opinión pública que generan sus importantes medios impresos y electrónicos.
Guajardo arrasó en Río Bravo y tomó protesta como alcalde en 1993 dejando en el camino al priista Marco Antonio Buentello. Construyó un bloque cívico tan amplio que no dejó espacio para la maniobra al PRI. Como en los años 80 lo hiciera Jorge Cárdenas en Matamoros, el riobravense sumó a militantes de izquierda, de derecha y de todo el espectro político a su proyecto.
Gobernó con métodos unipersonales y manejó en forma patrimonialista el erario. Sin embargo impulsó un proyecto de obra pública tan destacado que le valió incrementar su dominio político entre la ciudadanía.
En el trayecto de su administración perdió varios aliados. Entre ellos algunos partidos que le apoyaron; uno de ellos fue el PAN. Los efectos de su visión unipersonal de conducir la energía social y de ejercer el poder cobraban sus primeras fracturas. Pero a él lo que menos le importaba eran los partidos.
Logró tanta presencia política en el municipio que impuso como candidato a la alcaldía a su cuñado Bernardo Gómez Villagómez. En enero de 1996 el hermano político del caudillo se convirtió en alcalde de Río Bravo, derrotando a Edgardo Melhem Salinas.
La administración de Bernardo la condujo el caudillo. Y como era de esperarse, la uso para acrecentar su fortuna y la de sus familiares. En esta ocasión dejó en el camino a otro grupo de aliados que esperaban todo menos que Guajardo pusiera a un candidato de su familia. El bloque cívico con el que inició su aventura política en 1992 empezaba a desintegrarse. Parte del PRD había aceptado la candidatura del cuñado del caudillo a regañadientes.
En 1998 otra vez el caudillo quiso perpetuarse en el poder municipal. Y lanzó como candidato a la presidencia a su hermano Juan Diego Guajardo. Esta vez fue el Partido del Trabajo quien lo cobijó porque el PRD había decidido tomar su propio camino y alejarse de Guajardo y de sus intereses familiares.
El joven Guajardo no pudo llegar a la alcaldía. El caudillo estaba cansado y los factores sociales respondieron a otros intereses. De esa manera el PRI recuperó la alcaldía y asumió como presidente Juan de Dios Cavazos.
Extasiado por su capacidad de convocatoria social, Guajardo decidió incursionar fuera de su territorio. Aspiró a ser senador de la República. Casi lo logra. Pero no pudo cristalizar su anhelo. Fue su primera experiencia fuera de su patria chica. Y al igual que Jorge Cárdenas en su tiempo, sintió la inmensidad del teatro de la guerra política fuera de sus dominios.
La naturaleza de su liderazgo, que en el escenario municipal es una fortaleza, en el paisaje estatal es una fragilidad de turrón.
Esa parece ser la trágica paradoja de nuestros caudillos cívicos: fuertes en su terruño y débiles en parcela ajena.
1.6


Gustavo Cárdenas construyó su liderazgo en Ciudad Victoria en 1992. Priista de toda la vida, decidió cobijarse en el PAN para llegar a la alcaldía de la capital del estado. En estricto apego al guión seguido por su padre para llegar a la alcaldía de Matamoros en los 80, Gustavo implementó una política de amplias alianzas. Con los medios impresos y la radio de su tío el ex gobernador Enrique Cárdenas González acrecentó su carisma y generó un destacado movimiento ciudadano que le permitió aplastar al PRI y a su candidato Carlos Castro Medina.
Gobernó como todos los caudillos: unipersonalmente y con una visión patrimonialista del dinero de la sociedad. Su familia fue la beneficiaria principal de su administración.
Su influencia en la sociedad capitalina nunca ha sido puesta en duda. Toda esa impresionante capacidad de convocatoria le hizo ver más allá de sus dominios. En 1998 decidió contender por la gubernatura de Tamaulipas. Se enfrentó a Tomás Yarrington Ruvalcaba.
Al igual que su padre, seis años antes, fue hecho polvo por el candidato Yarrington.
Si su padre había enfrentado a nivel estatal una estructura institucional funcional y eficaz, Gustavo encaró una maquinaria electoral contundente y un PRI estatal con fisuras menores. Todo lo contrario a lo que había experimentado a nivel municipal en donde la crisis estructural estaba a flor de piel por la imposición del candidato priista Castro Medina y la inconformidad de algunos grupos antineoliberales
El carisma mostrado en la capital del estado, fue insuficiente para enfrentar a una maquinaria institucional impecablemente funcional. Durante su campaña se vio menor ante el discurso de su oponente priísta que en las urnas lo hizo trizas.
Cárdenas no se percató que el escenario estatal es complejamente superior al de la ciudad que le tocó gobernar. Quiso dialogar para hacer un frente de caudillos y competir contra la maquinaria institucional. No pudo. Guajardo Anzaldúa apoltronado en su ínsula ni le interesaba hacer alianzas con un factor de contextura similar a la suya: unipersonal en sus decisiones, patrimonialista en su visión de la política, y lo peor: sin un proyecto coherente para gobernar el estado.
Hacer una federación de caudillos, como lo proponía Gustavo era un ideal complicado de concretar. Sobre todo, porque ello significaba ir en contra de la naturaleza de sus liderazgos.
¿Existe en Tamaulipas un liderazgo unipersonal, capaz de ceder autoridad ante otro de similar característica? Hasta hoy ningunos ojos han tenido la dicha de atestiguarlo.
La experiencia no desencantó del todo a Gustavo. Seis años más tarde se lanzó al ruedo nuevamente. Emocionado con el descomunal crecimiento del panismo en el país, supuso que ahora sí había llegado su tiempo. Y cómo no iba a presuponer esa eventualidad si Vicente Fox había llegado a la Presidencia de la República.
De nueva cuenta la realidad sociopolítica lo puso en su lugar. Con todo y que el candidato Eugenio Hernández Flores había salido de una contienda interna de alta competitividad, la maquinaria institucional salió indemne de esa forma de procesar candidaturas. Ni Oscar Luebbert ni Homero Díaz tomaron el camino de la ruptura; los dos contendientes del proceso interno de mayor fuerza mostraron su institucionalidad y le dieron legitimidad a la candidatura de Hernández Flores quien derrotó sin menor problema a Cárdenas en su segunda incursión fuera de su territorio.
La red de poder institucional seguía sin escurrimientos graves. La huida de Álvaro Garza Cantú, al pasar del tiempo afloraron sus verdaderas intenciones: fortalecer la estructura institucional.
Esas dos experiencias le propinaron un evidente desgaste a Gustavo. Al interior del PAN empiezan a verlo como un factor de presión para mantener las canonjías familiares en la administración estatal. Pero él no se da por enterado. Sigue en su intención de ser por tercera vez candidato a la gubernatura del estado.
Nadie puede predecir si lo logrará o no. Lo que es muy posible que ocurra, de mantener la vida institucional el equilibrio que ahora guarda, es que podría recibir otra bofetada en las elecciones constitucionales.
Pero a Cárdenas es lo que menos le importa.
Aspira –como siempre- a ganar, perdiendo.

1.7

El más reciente caudillo cívico apareció en Reynosa. Es Francisco García Cabeza de Vaca. Este empresario se metió a la política subiéndose a la ola foxista que llevó a la alternancia en la Presidencia de la República: sin nadie quien le diera posibilidades de ganar fue candidato a la diputación federal por el distrito de Reynosa; contra lo que los observadores más serios creían, ganó de calle al candidato del PRI. Panista de ocasión pero diputado de coyuntura intentó competir por la alcaldía contra Serapio Cantú Barragán. No lo hizo mal, pero le faltó más estructura para triunfar.
Tres años más tarde volvió a la carga. Encontró un paisaje sociopolítico favorable. La clase política había sido agraviada con el anticonstitucional desplazamiento de alcalde Gerardo Higareda y la imposición del diputado Humberto Valdez Richard compadre del gobernador Tomás Yarrington en su primer trienio y aún no se disipaban de la memoria de los hombres del poder local esos enconos.
La candidatura de Humberto Valdez Richard de nueva cuenta generó condiciones para la emergencia del caudillo Cabeza de Vaca: desequilibró la red de poder institucional. No sin dificultades, el nuevo factor político victimó a Valdez Richard.
El triunfo electoral contra una maquinaria oficial que se presumía imbatible alimentó su carisma y lo transformó en un influyente personaje de la sociedad y del circuito de autoridad locales. Vigorizó ese liderazgo aliándose con poderosos personajes de la administración del Presidente Fox y con algunos desprendimientos del PRI.
Ha gobernado exactamente como sus homólogos de hoy y del pasado: con una infaltable estrategia patrimonialista y unipersonal en el manejo de la administración del erario municipal. Imposibilitado para realizar alianzas con otros caudillos –con Gustavo tiene una riña a muerte, y en la primera entrevista con Guajardo Anzaldúa Guajardo saltaron chispas ha tendido sus redes a grupos panistas de Nuevo León y de la ciudad de México, que si bien le han dado un importante soporte ni le han incorporado capital político para su proyecto en la entidad.
No ha podido a la vez, conciliar con los factores locales. Ha sido de alto costo el enfrentamiento con el influyente grupo de los Deándar y con grupos panistas que no piensan como él. La naturaleza de caudillo cívico no le ha abandonado en todo el ejercicio de su administración. Su actitud patrimonialista y de grupo cerrado, lo ha evidenciado con el discutible manejo de los fondos municipales. Los periódicos El Mañana de Reynosa y Hora Cero han documentado sobradamente esa conducta.
Su práctica unipersonal de hacer política, la mostró hace unos meses cuando a costa de atropellar a una multitud de panistas impuso a su incondicional Gerardo Peña como candidato a la alcaldía dejando en el camino al más fuerte y popular de los aspirantes azules, Alfonso de León.
De igual forma Cabeza de Vaca ha actuado con el Comité Directivo Estatal que dirige uno de sus representantes. Ha excluido de las más importantes decisiones a la mayoría de las corrientes panistas que en ése órgano de dirección coexisten. El resultado de esa forma de hacer política mantiene al PAN tamaulipeco en una de sus peores crisis. Ello también ha generado la pérdida de autoridad del CDE toda vez que quien ha estado normando las líneas a seguir del panismo tamaulipeco es la querella resuelta o por las autoridades superiores del PAN o por los órganos de justicia electoral como el TRIFE. Y no se diga de la debacle como político y dirigente que ha sufrido Alejandro Garza Sáenz.
Es casi seguro que Cabeza de Vaca sea diputado local. Su presencia e influencia al interior del PAN y en su feudo son innegables. También es posible que deje en su lugar en la alcaldía a Gerardo Peña. O incluso que en el futuro pueda contender por la alcaldía de Reynosa con posibilidades reales de repetir. (Finalmente eso han hecho en el pasado otros caudillos cívicos). Justamente esa tendencia al retorno, a la pequeña parcela, es lo que los dimensiona como dirigentes encapsulados en sus diminutos proyectos de poder.
Lo que se ve difícil, muy difícil, es que Cabeza de Vaca pueda llegar a la gubernatura de Tamaulipas. Y menos, mucho menos, con las formas de hacer política que le han venido caracterizando.
No falta mucho para ver una nueva edición -de no haber disturbios estructurales a nivel regional-, de la paradoja de los caudillos cívicos: poderosos en el callejón, pero enclenques a calle abierta.

Conclusiones

1. Los caudillos cívicos tamaulipecos, son entidades de autoridad que surgen apuntalados por el carisma en comunidades en donde existen o afloran fallas estructurales en la red de poder. Esto supone, partidos frágiles, partido mayoritario con insalvables contradicciones en el municipio, estructura corporativa endeble e imposición de candidatos –hasta hoy esta última circunstancia obedece sólo al PRI-. La energía social se aferra a personalidades cívicas que percibe como especiales –en el más estricto apego al concepto weberiano- y con mágicos poderes como para construir paraísos sociales y políticos en la tierra.

2. En concordancia con lo anterior, los caudillos cívicos y su carisma superan las debilidades estructurales de los partidos y emergen como un factor que los aplasta. Por ello es común ver a las organizaciones políticas ir a remolque de los caudillos, cuando por lo general un partido político (como que es una estructura social) soporta e impulsa a sus candidatos. De esto se colige el enorme daño que estos fenómenos sociales le han hecho al sistema de partidos en Tamaulipas.

3. Estos liderazgos con verticales y cerrados. Al menos en Tamaulipas este tipo de personajes actúan bajo esas prácticas. Son unipersonales en su forma de conducir sus proyectos y son patrimonialistas en su estilo de administrar los Ayuntamientos. Son cerrados bajo la idea de que son incapaces de realizar alianzas duraderas de largo plazo con otros factores; sus familiares son sus más confiables aliados. O al menos eso es lo que han enseñado los caudillos como Fernando Sampedro, Carlos Enrique Cantú Rosas, Jorge Cárdenas, Juan Antonio Guajardo Anzaldúa, Gustavo Cárdenas y Francisco García Cabeza de Vaca.

4. La naturaleza de su liderazgo, les ha impedido estructurar alianzas con factores semejantes y proporcionar amplitud a sus proyectos. Esta manifiesta debilidad les ha impedido disputar con posibilidades cargos de autoridad más allá de sus respectivos terruños. Su empecinada práctica política aldeana, es su mayor pecado; y en ello llevan su penitencia.

5. En sus parcelas cuentan con una amplia base social que sólo sus errores son capaces de erosionar. Nunca un caudillo cívico ha sido derrotado por políticas de desprestigio o por campañas mediáticas. El carisma es una virtud –representación, diría Mauricio Duverger– que han construido las masas y no se arranca del imaginario colectivo de la noche a la mañana por muy poderosos que sean los medios y los líderes de opinión que lo enfrenta. Casi todos, han sido sepultados por la propia naturaleza de su liderazgo y las pifias que ello les acarrea. Son memorables las campañas de medios lanzadas contra Gustavo, contra Jorge, contra Guajardo y recientemente contra Cabeza de Vaca. Los resultados han sido, en su mayoría contraproducentes. Su principal enemigo ha sido –y al parecer lo seguirá siendo- la peculiar forma de utilizar su carisma.

6. En tanto las fallas estructurales que se dan con recurrencia en los municipios tamaulipecos –ya señaladas- no se reproduzcan a nivel estatal, se avizora con cierta complicación la emergencia de caudillos cívicos con posibilidades de alcanzar el gobierno del estado. ¿Qué tanto tiempo habrá que esperar para ver una crisis estructural en Tamaulipas? Eso no lo puede responder ni la sociología ni la historia. Lo que si se puede afirmar, es que cuando eso ocurra, habremos de prepararnos para una contienda electoral por el gobierno del estado, tan interesante como no se ha visto desde aquel lejano año de 1932 en que Emilio Portes Gil enfrentó a Plutarco Elías Calles y a la musculosa maquinaria llamada Partido Nacional Revolucionario.

[1] Para efectos de este artículo, consideraré el concepto de caudillo cívico para describir la acción política desplegada por diversos personajes que han encabezado movimientos cívico-electorales desde partidos contrarios al Partido Revolucionario Institucional. La mayoría de ellos, se ha escurrido del PRI hacia el PARM, PST, PAN, PRD, PT; los menos han salido de la sociedad civil. Por razones de espacio, sólo abordaremos a aquellos caudillos cívicos que han llegado al poder municipal; otros personajes como Edilio Hinojosa, Baltasar Díaz Bazán, Horacio Treviño y ese personaje atípico Joaquín Hernández Correa, los abordaremos en próximas entregas.
[2] Adriana López Monjardín, La lucha por los ayuntamientos una utopía viable, Siglo Veintiuno Editores, 1986.

[3] Jean Meynaud, Los grupos de presión, Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1962, También véase, Maurice Duverger, Introducción a la Política, Editorial Ariel, Barcelona, 1980.
[4] Véase Max Weber, Economía y Sociedad, Fondo de Cultura Económica, México, 1984.
[5] Véase José Ángel Solorio Martínez, Grupos de Gobierno. Tamaulipas 1919-1992, México, 1994.
[6] Ibid.
[7] Véase Carlos F. Salinas Salinas Domínguez, La esquina del poder, edición del autor, 1986.

[8] Alma Yolanda Guerrero-Miller y César Leonel Ayala, Por eso...! Centro de Investigación Multidisciplinaria de Tamaulipas-Sindicato de Jornaleros y Obreros Industriales, 1993.

[9] Arturo Alvarado Mendoza, Una década de política electoral, Tonatihú Guillén López, compilador. Colegio de México y Colegio de la Frontera Norte, 1990.

[10] María Guadalupe Oropeza Kérlegan, El despertar de un pueblo, Grafo Print Editores S.A., 1985.

[11] Gonzalo Martínez Silva, Ambicion, El Popular, 1985.

[12] Carlos F. Salinas, Las crónicas de campaña, edición del autor, 1993.

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