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Tuesday, October 02, 2007

Gloriosa Victoria de Diego Rivera


Casi 40 años y no se olvida. Paco Ignacio Taibo II


Casi 40 años y no se olvida
Paco Ignacio Taibo II

A lo largo de las semanas recientes he vuelto a contar mi versión del movimiento de 1968. Fuerzo la memoria, rasco en los recuerdos, intento interpretaciones, definiciones. He hablado en un mercado, en un tianguis de libros en la plaza mayor de Tlalpan, en una escuela. El espacio previsto está desbordado, hay gente sentada en el suelo, parados en las últimas filas. Los ojitos le brillan al personal; y no por mis dotes de narrador oral, sino porque estoy convocando a un fantasma.
No deja de sorprenderme el interés, la persistencia de la memoria, el atractivo del pasado reciente.
Entre los asistentes hay algunos veteranos. Veo a lo lejos al Che, que ahora vende juguetes educativos, y que protagonizó durante los primeros días del movimiento una batalla brillante para quitar de las manos de la gandalla la dirección del movimiento en la escuela de derecho de la UNAM, y que pasó por la cárcel; hay una ex estudiante de Prepa Uno que devino maestra de primaria; hablo con una pareja de doctores que estudiaban Medicina en la UNAM; reconozco a uno de los dirigentes del movimiento en Voca 7 y me da gran placer verlo sonriente.
¿Cuántos años debes tener para ser veterano del 68? No menos de 55, y eso si eres un veterano junior y tenías 14 o 15 cuando se produjo el movimiento, como Luis Gómez, que estudiaba en una prevocacional, el miembro más joven del CNH. Pasas de los 60 si tenías más de 25. Habrá de aceptar que somos una generación desgastada por el paso del tiempo. Pero he visto a centenares de los veteranos en la reciente gran batalla del DF, los campamentos contra el fraude de agosto-septiembre del año pasado. Ruquitos pero rijosos.
Han pasado 39 años y como si lo trajéramos grabado en el ADN, no se olvida. Y este “No se olvida” se socializa. “No se olvida” es patrimonio nacional. No lo olvida el medio millón de estudiantes que lo vivieron ni lo olvida la nieta, que llegó a la vida 23 años después; ni Josué, que llegó al DF cuando el movimiento estudiantil se había extinguido; ni los estudiantes de CCH a quienes se lo han contado tan mal que piensan que Cueto y Mendiolea son nombres de calles que hacen esquina. Y generosamente no lo olvidan los supervivientes del movimiento ferrocarrilero del 58-59, que tendrían muchos motivos para que lo que no se olvidara fuera su gloriosa batalla, o los jaramillistas, o los electricistas del SUTERM, o los maestros de Oaxaca.Nacidos para perder, pero no para negociar
El 68 no se olvida, es patrimonio de los mexicanos que han hecho de la memoria, falsa o cierta, memoria prestada u original, un recurso de orgullo para sostener la resistencia. Resumo para mí mismo: no se olvida, porque no nos da la gana. Y porque no queremos olvidarlo.
En otros países celebran las victorias, en México se celebra la honrosa derrota. En el país de la transa, el negociado tortuoso, la venta al por mayor de las nalgas y el alma, la traición como una de las bellas artes, el abandono de los principios por desidia, agotamiento o deudas múltiples de la renta, se festina la irredenta terquedad del golpeado que vuelve, una y otra vez, de la lona para ganar la gloria brevemente ante el marrano Estado que juega sucio.
Alguna vez propuse que nuestra coraza emblemática debería ser una camiseta que en la parte delantera llevaba la frase: “Nacidos para perder”, pero que en la espalda, con letras grandes, dijera: “Pero no para negociar”. La frase tuvo éxito, pero se la propuse a mis amigos, que no tienen idea de cómo grabar una camiseta.
Pero metámonos en el interior de la historia. ¿Qué es de los 123 días de huelga general estudiantil contra el gobierno de Díaz Ordaz lo que no se puede olvidar, lo que no queremos olvidar o lo que amablemente hemos olvidado?
No se olvida el 2 de octubre, la matanza, la conspiración, la sucia y asesina maniobra del gobierno para acabar con el movimiento. Y no se olvida por canallesca, porque ni siquiera la mancuerna Díaz Ordaz-Echeverría fue capaz de ir de frente a reprimir, tuvieron que construir una conspiración, crearon el Batallón Olimpia y sus francotiradores, les dieron órdenes de disparar contra una multitud desarmada en la que abundaban los adolescentes y los vecinos de Taltelolco, incluso dispararon contra el Ejército cuando tomaba la plaza para crear la cobertura (entre el saldo militar de Tlatelolco hay dos cadáveres, varios soldados heridos y un general balaceado en una nalga).Las brigadas
Pero condenar al movimiento estudiantil y la huelga general a ser recordado por el 2 de octubre es de un reduccionismo patético. En la memoria colectiva está el 2 de octubre, pero también está el ataque al Casco de Santo Tomás por un batallón de la policía armado con rifles, la toma por el Ejército de la Ciudad Universitaria, los tanques confrontados por jóvenes que cantaban el Himno Nacional. Y también están las escuelas tomadas, los debates, las lecturas colectivas y, sobre todo, está el brigadismo, las grandes manifestaciones, las memorias de la solidaridad popular.
¿De dónde sacó su sabiduría organizativa el movimiento? Curiosamente de la necesidad de impedir que se creara una dirección reducida y que ésta se vendiera y negociara con el Estado en lo oscurito. De la experiencia del 66. El movimiento desde sus orígenes puso el poder en manos de la asamblea de la escuela y ésta nombraba a tres delegados al Consejo Nacional de Huelga, el CNH. Los delegados no eran permanentes, la asamblea podía removerlos cuando no estuvieran de acuerdo con las posiciones de la mayoría. La dirección del movimiento quedaba así depositada en una gran asamblea que no podía ser destruida por cooptación o represión, porque renovaba sus miembros al instante. Sabiamente el CNH cambió a lo largo del movimiento a sus oradores y a sus portavoces. Entre asamblea y asamblea en las escuelas existía un comité de huelga, de composición bastante flexible, que solía rondar por la docena de miembros. Por la base, el movimiento estaba organizado por brigadas y por comisiones que desaparecían cuando se acababa su misión. Las brigadas eran grupos de afinidad, generalmente pequeños, siete u ocho compañeros; a veces enormes, 20 o 30, que actuaban a su antojo, sobre todo en labores de propaganda. Miles de brigadas salían a la calle todos los días. Fue quizá el único momento en que la propaganda directa fue capaz de derrotar el inmenso poder del monopolio mediático que el poder construyó y puso frente a nosotros como si fuera un muro berlinense.
Lamentablemente la asamblea no incluyó a profesores ni a trabajadores que tuvieron que darse sus propias formas de organización dentro del movimiento, cierto es que los profes que se incorporaron lo hicieron lentamente y bajo tremendas presiones.
A los mitos no se les avienta tierrita. Somos muy generosos cuando giramos hacia nuestro pasado, se nos olvida el sectarismo que habíamos heredado de la vieja izquierda, las batallas absurdas entre el ala derecha y el ala izquierda del movimiento, que vistas al paso del tiempo no dejaban de tener razón y razones ambas. Se nos olvida la pobreza de nuestro lenguaje político; como en nuestras esquizofrénicas mentes que no se permitía que la parte del cerebro que contenía a Cortázar, la prosa del Che en los Pasajes... o los poemas de Benedetti, llegara a la otra parte del cerebro donde insultábamos a Díaz Ordaz y sus sabuesos. Se olvida el farragoso tedio de la asamblea, la duración interminable, las mociones continuas, el diálogo tartamudo. Pero la democracia es cabrona cuando los que no hablaban hablan. Decíamos de un camarada que era poema de Miguel Hernández, por lo de “el rollo que no cesa”, en alusión al Rayo de Miguel, y no era el único.
Afortunamente nos acordamos de los locatarios de los mercados que nos regalaban sacos de papas, de los aplausos en las puertas de las fábricas, de la solidaridad maravillosa y de alto riesgo de los maestros de primaria, de la entrega, la generosidad, el buen humor para enfrentar al totalitarismo priísta.
El 68 es el punto de partida, de ahí venimos. Una generación asume la voluntad de cambiar este país, la mexicanización de los hijos de la clase media expresada en la recuperación del Himno Nacional, y lo hace con la movilización social, la experiencia autogestiva, el descubrimiento de la ciudad y sus inmensos límites y fronteras, con la revolución cultural y, sobre todo, con un pacto a futuro.
De ahí millares de nosotros nos desparramamos por la sociedad construyendo y colaborando a construir movimientos democráticos sindicales, agrarios, universitarios, populares, culturales, profesionales.
¿Cómo se va a olvidar?
Al final de una de las conferencias una mujer me pregunta: “¿Y el miedo? ¿No tenían miedo?”
Mucho, le digo. Igual que ahora. Pero los miles que estaban al lado te querían tanto que te protegían y te quitaban las ganas de salir corriendo.
POSDATA: Mi hija también me pregunta que quiénes eran Mendiolea y Cueto y que por qué no hacían esquina. Tengo que ponerme pedagógico y contarle que básicamente no hacían esquina porque no eran calles, sino los jefes de la policía de la ciudad de México, cuya renuncia pedía el programa de los seis puntos, bandera del movimiento estudiantil. Y espero sinceramente que los panistas nunca ganen las elecciones en la ciudad de México, no vaya a ser que un día Mendiolea y Cueto sí hagan esquina.

La Masacre de Tlaltelolco 2 de octubre 1968


Reunión Estudiantil Tlaltelolco 2 de octubre 1968


Memorial del 68 UNAM. Dr. Juan Ramón de la Fuente

Dos de Octubre

Juan Ramón de la Fuente*
2 de octubre, 2007
El movimiento estudiantil de 1968 forma parte de un extenso entramado de luchas sociales que perfilaron y dieron sentido a un segmento fundamental de la historia del siglo XX en México. La línea de filiación de dicho movimiento nos remite a las luchas gremiales (ferrocarrileros, médicos, electricistas, magisterio, etcétera), a la defensa de la autonomía universitaria, a las revueltas sufragistas, así como a diversos procesos que paulatinamente fueron ampliando los derechos y las libertades colectivas e individuales, y que en la actualidad constituyen el referente de numerosos cambios que representan muchos de los más valiosos logros de la sociedad mexicana.
La lucha que encabezaron los estudiantes de las más importantes instituciones educativas del país, enfrentó a un sistema político marcado por un autoritarismo corporativo que atravesaba todas las capas del poder público: los organismos sindicales, amplios sectores de la prensa y diversos grupos de la sociedad que, con señaladas excepciones, actuaban mecánicamente en convergencia con el aparato gubernamental.
La Universidad Nacional Autónoma de México, fiel a su tradición, dejó ver entonces su perfil decididamente crítico, pero también su extraordinaria vertiente constructiva. Estudiantes, maestros y trabajadores materializaron un frente común que dio fortaleza moral a los contenidos de la movilización. El compromiso social y la autoridad del ingeniero Javier Barros Sierra, entonces Rector de la UNAM, fueron determinantes para que miles de mexicanos se solidarizaran y vieran con simpatía la protesta de los estudiantes, dejando claro el lugar central de la Universidad en la formación de la democracia mexicana.
Pero el movimiento estudiantil de 1968 es un fenómeno que va mucho más allá de los trágicos episodios que se suscitaron ese año. Su huella activa modificó una visión petrificada de la política nacional, fortaleció las reivindicaciones y las demandas de distintos sectores de la población, aceleró los procesos relacionados con el reconocimiento de la pluralidad política, renovó la concepción social de la educación, propició una mayor participación de la sociedad civil, e impulsó las garantías para el ejercicio de la libertad de expresión y el respeto por los derechos humanos.
El 68 se convirtió en un claro punto de partida para explicar una serie de cambios cualitativos en la vida de los mexicanos. En la parte más densa y luminosa de la movilización estudiantil resalta la lucha por la dignidad humana, cuyas causas vivas subsisten como elementos dinámicos que pasan de una época a otra, refrendando sus conquistas y convirtiéndose en núcleos creativos de discusión, desarrollo y transformación de las esferas pública y privada.
Tlatelolco es un referente central de la historia mexicana: la gran ciudad-mercado de la cuenca mesoamericana; el sitio que albergó al Colegio de la Santa Cruz; punto de encuentro intelectual del mestizaje; convergencia de estudiantes y maestros universitarios, politécnicos y de otras instituciones de educación superior, pero también es emblema de una modernidad compleja y contradictoria, signo de la época que vivimos.
La UNAM, con la creación del Centro Cultural Universitario Tlatelolco, pondrá en marcha el Memorial del 68, un proyecto de recuperación de la historia reciente de nuestro país, de un tiempo cercano que aún nos toca y en el que seguimos inmersos: el tiempo de la crítica y la protesta valerosa, el del cambio y la fuerza de la razón; el tiempo perenne, el de los legítimos anhelos de justicia y libertad.
*Texto del rector de la UNAM que forma parte del libro Memorial del 68, que se presentará próximamente.