Bovero cuestionado. Mauricio Sáez
Bovero: Politólogo cuestionado
Réplica de Mauricio Sáez de Nanclares
No será ninguna casualidad que Excélsior le haya dado bola a este artículo, que viene a repetir algo así como la “línea oficial” de lo que sucede en México. Aquí, según esta línea, hay un líder antiinstitucional, que moviliza antidemocráticamente a la gente. Esta última, para este estilo de análisis (si hemos de llamarlo así), resulta ser un mero objeto manipulatorio, sin complejidad, una vulgar “masa”, como solían describir pseudosociológicamente hace todavía algunas décadas, a lo que tiempo atrás era llamado –también pseudosociológicamente– las “clases peligrosas”. En suma, el retrato inicial con trabajos pasaría de ser una mera caricatura.
Que lo venga a decir el heredero de las glorias de Norberto Bobbio, sin embargo, parecería revestir esas palabras de una legitimidad que, de cualquier modo, está por verse. Menos mal que Bovero solicita que se le corrija si está en un error.
Y sí, está en uno error. Quizá no uno, sino varios. Pero me concentraré en uno, que estimo principal.
El principal error de Bovero consiste en asumir de entrada la naturaleza democrática de los regímenes sobre los cuales elabora su argumento. Por supuesto que resulta espinoso poner en cuestión esa naturaleza en el caso alemán, del mismo modo que lo es para el caso italiano y acaso, para el estadounidense. Pero, ¿cómo puede plantear lo que plantea a partir de un supuesto así a propósito del caso mexicano? El supuesto es heroico, y sostengo que ese error le hace formular juicios a partir de una supuesta axiología democrática (que en realidad es liberal), según la cual la “relación directa” del líder con la masa (y aquí caben todos los epítetos pseudosociológicos que asume y no explicita: amorfa, irracional, emotiva, arrolladora de la individualidad, entre otras posibilidades) es antidemócrática, porque ahí ningún individuo podría ir en contra de la posición aplastante de la mayoría presente.
Sin embargo, la negativa individual asume muchas formas. La más elemental es la que dio a conocer hace varios años Hirschmann; la salida. Si no estoy de acuerdo con ese líder mesiánico, sencillamente me desentiendo: no voy a cometer la locura de expresarme, en una asamblea, en contra; pero a la siguiente convocatoria no acudo. Simple. No estará pensando Bovero en llamar al IFE a que cuente los votos de las asambleas, ¿o sí?
La relación del líder y “la gente” es de conducción política, no es ni hipnótica ni de mera manipulación. ¿Qué hace López Obrador en las asambleas, o sea, en su “contacto directo” con “la gente? Primero, plantea una interpretación política de los sucesos. La gente escucha y lo sigue paso a paso en su argumentación. Al término del ejercicio interpretativo de López Obrador se produce una conclusión práctica. Los asistentes, al final, valoran esa interpretación y la conclusión práctica que el líder postula. El alzamiento de manos es el momento ritual. El momento crucial, en contraste, se presenta con la siguiente pregunta ¿cuántos nos siguen apoyando? Es evidente, en el momento actual, que la merma es exigua y la intensidad del apoyo se ha incrementado.
¿Cómo puede Bovero sacar las conclusiones que saca sin entender lo que sucede entre el líder y sus seguidores? La complejidad de la relación de AMLO y “la gente” merece ser descrita con algo más que las baratijas pseudocientíficas que emplea Bovero.
Pero vayamos a la axiología democrática que emplea.
La de López Obrador no es, en definitiva, una estrategia antipolítica. Hay que entender esto de una manera absolutamente clara: la especificidad de la acción política de López Obrador consiste en haber desarrollado la dinámica por la cual se ha constituido un sujeto político nuevo: los pobres, los desheredados, los excluidos, los desesperanzados, han sido traídos por el liderazgo de López Obrador a la arena política. Y con ello ha traído un poderosa desestructuración de la estabilidad oligárquica que ha pretendido construirse en México, mediante una sistemática política de privatización de los más variados ámbitos. La última expresión de este proceso es la privatización de la política social, entendida como la orientación del estado mexicano para atender a los damnificados del capital. La élite política mexicana ha suscrito, gozosa, la idea de que la pobreza se debe combatir con la filantropía y las buenas intenciones de los dueños del país. No es gratuita la multiplicación de las iniciativas descentralizadas para que cada quien coopere contra la pobreza, a fin de darle la vuelta a la “costosa e ineficiente” burocracia estatal. Con esa retórica la oligarquía mexicana ha puesto en marcha lo que pretende ser la idea dominante en México. La pobreza no es un asunto político, sino un asunto que hay que corregir con buena conciencia.
Y eso es lo que ha puesto en cuestión el lopezobradorismo. Los asuntos estratégicos del país los hemos de resolver políticamente. Para ello, hay que convocar políticamente a los excluidos, que son muchos y que, de diversas maneras, han reconstruido el conflicto de clase en el país. Entonces, en este primer punto, la axiología democrática de Bovero, suponiendo que sea suscribible, tendría que servir como parámetro que mida el comportamiento de la derecha y tendría que reservarse para un mejor momento el fácil juicio por el cual quiere postular que AMLO va contra la política. Sencillamente, eso es falso.
El segundo punto de la axiología democrática de Bovero, si entiendo bien, está basado en el supuesto ideológico liberal del individualismo. Las asambleas lopezobradoristas aplastan la individualidad. Pero, ¿quién acude a una asamblea convocada por López Obrador que crea sinceramente que la elección fue limpia?
A Bovero le parece sujeta a discusión la deseabilidad desde el punto de vista democrático de la protesta encabezada por López Obrador, específicamente porque las decisiones no responden a un ejercicio democrático. El ritual de las decisiones impulsadas por el líder, en un momento en el que deciden (decidimos) responder a su llamado es, precisamente, democrático. Tal vez no resulte plenamente liberal, y en eso podría estarse de acuerdo. Pero en México está a discusión que resulte deseable en todo momento y ante cualquier circunstancia que la democracia deba, como si se tratara de un dogma, ser liberal.
Pero además eso tampoco es cierto. Las convocatorias de AMLO están dirigidas a que se comuniquen las ideas, se deliberen las propuestas. Los ciudadanos acuden/acudimos con la mejor información que nos es dable conseguir, sobre todo si tomamos en cuenta que las empresas mediáticas han puesto en marcha una estrategia de desinformación acerca de lo que sucede con el movimiento lopezobradorista. Piezas integrantes de la oligarquía mexicana, las televisoras y las radiodifusoras más grandes han desplegado costosas campañas que defienden la limpieza de las elecciones y aíslan políticamente al lopezobradorismo. ¿Cuál es la práctica democrática en todo esto? No era extraño encontrar el 16 de septiembre en la Plaza de la Constitución delegados de los pueblos remotos de México que se encontraban ahí con el encargo de votar lo que había que votar en la Convención Nacional Democrática? Yo mismo estuve rodeado de un grupo de personas que venían de Michoacán y Veracruz, que estaban ahí para votar lo que había que votar. Habían deliberado en sus respectivos poblados. ¿Cuál es el ejercicio democrático en todo esto? ¿El de las televisoras, que desinforman y atropellan la posibilidad de formarse una opinión con oportunidades equitativas de ser adquirida, o el de la gente común, que resuelve sus problemas comunicativos e informativos del mejor modo que pueden?
Bovero se equivoca de la A a la Z. Él nos plantea un interrogante a quienes podríamos estar demasiado seguros de encontrar la democracia en la multitud, pasando por encima de las instituciones. El politólogo desarrollará la prudencia, o no será politólogo. El juicio rápido y desinformado es la negación de la ciencia y, en particular, de la delicada materia que el politólogo tiene en sus manos. En México estamos ante un conflicto abiertamente planteado por la oligarquía derechista, que desde mucho antes de la jornada electoral estuvo dispuesta a imponer a su candidato, por encima de lo que fuese. ¿Por qué esa derecha iba a detenerse el día de la jornada electoral, cuando desde mucho tiempo atrás estuvo decidida a sacar a López Obrador de la contienda mediante un discutido y a final de cuentas repudiado desafuero? ¿Por qué se iban a detener cuando tienen todo el dinero que hace falta para hacer que se haga lo que se tenía que hacer con tal de detener a ese “peligro para México”? ¿Quién pasa por encima de las instituciones, suponiendo que lo sean?
Es perentorio sacar a Bovero del error. La regla que rige en la política mexicana, a partir del proceso político anterior, es la siguiente: gana el que tiene más dinero, no el que obtiene más votos. Ese régimen se llama, desde mucho tiempo atrás, plutocracia. La lucha política actual en México, por mucho que implique una “interpretación conflictual de la política”, está dirigida a restaurar la república. Pero tampoco se puede interpretar de otro modo la política cuando se está en medio de un conflicto. ¿No sería eso pueril y absurdo?
Agradecemos a Alberto Shneider, de Bloque de Opinión, quien nos envía un texto de Michelangelo Bovero y la réplica de Mauricio Sáez de Nanclares.El texto de Bovero publicado en Excelsior.
Réplica de Mauricio Sáez de Nanclares
No será ninguna casualidad que Excélsior le haya dado bola a este artículo, que viene a repetir algo así como la “línea oficial” de lo que sucede en México. Aquí, según esta línea, hay un líder antiinstitucional, que moviliza antidemocráticamente a la gente. Esta última, para este estilo de análisis (si hemos de llamarlo así), resulta ser un mero objeto manipulatorio, sin complejidad, una vulgar “masa”, como solían describir pseudosociológicamente hace todavía algunas décadas, a lo que tiempo atrás era llamado –también pseudosociológicamente– las “clases peligrosas”. En suma, el retrato inicial con trabajos pasaría de ser una mera caricatura.
Que lo venga a decir el heredero de las glorias de Norberto Bobbio, sin embargo, parecería revestir esas palabras de una legitimidad que, de cualquier modo, está por verse. Menos mal que Bovero solicita que se le corrija si está en un error.
Y sí, está en uno error. Quizá no uno, sino varios. Pero me concentraré en uno, que estimo principal.
El principal error de Bovero consiste en asumir de entrada la naturaleza democrática de los regímenes sobre los cuales elabora su argumento. Por supuesto que resulta espinoso poner en cuestión esa naturaleza en el caso alemán, del mismo modo que lo es para el caso italiano y acaso, para el estadounidense. Pero, ¿cómo puede plantear lo que plantea a partir de un supuesto así a propósito del caso mexicano? El supuesto es heroico, y sostengo que ese error le hace formular juicios a partir de una supuesta axiología democrática (que en realidad es liberal), según la cual la “relación directa” del líder con la masa (y aquí caben todos los epítetos pseudosociológicos que asume y no explicita: amorfa, irracional, emotiva, arrolladora de la individualidad, entre otras posibilidades) es antidemócrática, porque ahí ningún individuo podría ir en contra de la posición aplastante de la mayoría presente.
Sin embargo, la negativa individual asume muchas formas. La más elemental es la que dio a conocer hace varios años Hirschmann; la salida. Si no estoy de acuerdo con ese líder mesiánico, sencillamente me desentiendo: no voy a cometer la locura de expresarme, en una asamblea, en contra; pero a la siguiente convocatoria no acudo. Simple. No estará pensando Bovero en llamar al IFE a que cuente los votos de las asambleas, ¿o sí?
La relación del líder y “la gente” es de conducción política, no es ni hipnótica ni de mera manipulación. ¿Qué hace López Obrador en las asambleas, o sea, en su “contacto directo” con “la gente? Primero, plantea una interpretación política de los sucesos. La gente escucha y lo sigue paso a paso en su argumentación. Al término del ejercicio interpretativo de López Obrador se produce una conclusión práctica. Los asistentes, al final, valoran esa interpretación y la conclusión práctica que el líder postula. El alzamiento de manos es el momento ritual. El momento crucial, en contraste, se presenta con la siguiente pregunta ¿cuántos nos siguen apoyando? Es evidente, en el momento actual, que la merma es exigua y la intensidad del apoyo se ha incrementado.
¿Cómo puede Bovero sacar las conclusiones que saca sin entender lo que sucede entre el líder y sus seguidores? La complejidad de la relación de AMLO y “la gente” merece ser descrita con algo más que las baratijas pseudocientíficas que emplea Bovero.
Pero vayamos a la axiología democrática que emplea.
La de López Obrador no es, en definitiva, una estrategia antipolítica. Hay que entender esto de una manera absolutamente clara: la especificidad de la acción política de López Obrador consiste en haber desarrollado la dinámica por la cual se ha constituido un sujeto político nuevo: los pobres, los desheredados, los excluidos, los desesperanzados, han sido traídos por el liderazgo de López Obrador a la arena política. Y con ello ha traído un poderosa desestructuración de la estabilidad oligárquica que ha pretendido construirse en México, mediante una sistemática política de privatización de los más variados ámbitos. La última expresión de este proceso es la privatización de la política social, entendida como la orientación del estado mexicano para atender a los damnificados del capital. La élite política mexicana ha suscrito, gozosa, la idea de que la pobreza se debe combatir con la filantropía y las buenas intenciones de los dueños del país. No es gratuita la multiplicación de las iniciativas descentralizadas para que cada quien coopere contra la pobreza, a fin de darle la vuelta a la “costosa e ineficiente” burocracia estatal. Con esa retórica la oligarquía mexicana ha puesto en marcha lo que pretende ser la idea dominante en México. La pobreza no es un asunto político, sino un asunto que hay que corregir con buena conciencia.
Y eso es lo que ha puesto en cuestión el lopezobradorismo. Los asuntos estratégicos del país los hemos de resolver políticamente. Para ello, hay que convocar políticamente a los excluidos, que son muchos y que, de diversas maneras, han reconstruido el conflicto de clase en el país. Entonces, en este primer punto, la axiología democrática de Bovero, suponiendo que sea suscribible, tendría que servir como parámetro que mida el comportamiento de la derecha y tendría que reservarse para un mejor momento el fácil juicio por el cual quiere postular que AMLO va contra la política. Sencillamente, eso es falso.
El segundo punto de la axiología democrática de Bovero, si entiendo bien, está basado en el supuesto ideológico liberal del individualismo. Las asambleas lopezobradoristas aplastan la individualidad. Pero, ¿quién acude a una asamblea convocada por López Obrador que crea sinceramente que la elección fue limpia?
A Bovero le parece sujeta a discusión la deseabilidad desde el punto de vista democrático de la protesta encabezada por López Obrador, específicamente porque las decisiones no responden a un ejercicio democrático. El ritual de las decisiones impulsadas por el líder, en un momento en el que deciden (decidimos) responder a su llamado es, precisamente, democrático. Tal vez no resulte plenamente liberal, y en eso podría estarse de acuerdo. Pero en México está a discusión que resulte deseable en todo momento y ante cualquier circunstancia que la democracia deba, como si se tratara de un dogma, ser liberal.
Pero además eso tampoco es cierto. Las convocatorias de AMLO están dirigidas a que se comuniquen las ideas, se deliberen las propuestas. Los ciudadanos acuden/acudimos con la mejor información que nos es dable conseguir, sobre todo si tomamos en cuenta que las empresas mediáticas han puesto en marcha una estrategia de desinformación acerca de lo que sucede con el movimiento lopezobradorista. Piezas integrantes de la oligarquía mexicana, las televisoras y las radiodifusoras más grandes han desplegado costosas campañas que defienden la limpieza de las elecciones y aíslan políticamente al lopezobradorismo. ¿Cuál es la práctica democrática en todo esto? No era extraño encontrar el 16 de septiembre en la Plaza de la Constitución delegados de los pueblos remotos de México que se encontraban ahí con el encargo de votar lo que había que votar en la Convención Nacional Democrática? Yo mismo estuve rodeado de un grupo de personas que venían de Michoacán y Veracruz, que estaban ahí para votar lo que había que votar. Habían deliberado en sus respectivos poblados. ¿Cuál es el ejercicio democrático en todo esto? ¿El de las televisoras, que desinforman y atropellan la posibilidad de formarse una opinión con oportunidades equitativas de ser adquirida, o el de la gente común, que resuelve sus problemas comunicativos e informativos del mejor modo que pueden?
Bovero se equivoca de la A a la Z. Él nos plantea un interrogante a quienes podríamos estar demasiado seguros de encontrar la democracia en la multitud, pasando por encima de las instituciones. El politólogo desarrollará la prudencia, o no será politólogo. El juicio rápido y desinformado es la negación de la ciencia y, en particular, de la delicada materia que el politólogo tiene en sus manos. En México estamos ante un conflicto abiertamente planteado por la oligarquía derechista, que desde mucho antes de la jornada electoral estuvo dispuesta a imponer a su candidato, por encima de lo que fuese. ¿Por qué esa derecha iba a detenerse el día de la jornada electoral, cuando desde mucho tiempo atrás estuvo decidida a sacar a López Obrador de la contienda mediante un discutido y a final de cuentas repudiado desafuero? ¿Por qué se iban a detener cuando tienen todo el dinero que hace falta para hacer que se haga lo que se tenía que hacer con tal de detener a ese “peligro para México”? ¿Quién pasa por encima de las instituciones, suponiendo que lo sean?
Es perentorio sacar a Bovero del error. La regla que rige en la política mexicana, a partir del proceso político anterior, es la siguiente: gana el que tiene más dinero, no el que obtiene más votos. Ese régimen se llama, desde mucho tiempo atrás, plutocracia. La lucha política actual en México, por mucho que implique una “interpretación conflictual de la política”, está dirigida a restaurar la república. Pero tampoco se puede interpretar de otro modo la política cuando se está en medio de un conflicto. ¿No sería eso pueril y absurdo?
Agradecemos a Alberto Shneider, de Bloque de Opinión, quien nos envía un texto de Michelangelo Bovero y la réplica de Mauricio Sáez de Nanclares.El texto de Bovero publicado en Excelsior.